carolinitha blog
jueves, 7 de agosto de 2014
lunes, 4 de agosto de 2014
viernes, 1 de agosto de 2014
Leyenda de la llorona
Don Silvestre de Barreneche y Alcántara, como él se hacía llamar, pues su verdadero nombre era Silvestre Barreneche, a secas, era un castellano de ascendencia vasca que llegó a Guatemala hace muchos, pero muchísimos años. No llevaba, cuando lo hizo, más capital que su audacia y una sed de ganar dinero, fuera como fuera, sin límites; cosa que para un hombre de estas condiciones era muy fácil hacerlo en esos tiempos.
Lo primero que hizo don silvestre, al llegar a nuestras tierras, fue irse a Amatitlán. Eran los tiempos en que en ese lugar, con el cultivo de la grana, se ganaba el dinero a montones. Allí trabajó como simple peón en las plantaciones de nopales donde se creaba la cochinilla; pero como no eran éstas sus aspiraciones, después de habar juntado un poco de plata, abandonó el lugar y desapareció por espacio de algún tiempo.
No se vinieron a tener noticias de él, sino hasta que se le vio convertido en dueño de una preciosa finca en el departamento de Santa Rosa. El hecho de ver convertido en terrateniente al que hasta hacía poco tiempo no era más que un simple peón advenedizo, dio lugar a que las gentes bordaran las más extrañas conjeturas. Entre todas las que se bordaron, la que más caracteres de realidad tenía para las buenas gentes de esa época, era la de que don Silvestre había hecho “pacto con el diablo”, vendiéndole su alma a cambio de gozar en la vida de todo el bienestar y las comodidades terrenales. Esta versión circuló por todo el país hasta que llegó a adquirir título de “pura y santa verdad”.
Don Silvestre era un hombre alto, fornido, blanco, de lengua barba y de negros ojos. Toda su belleza física encontraba con su alma satánica. Era el verdadero terror de sus pobres esclavos, a quienes no solo maltrataba físicamente, sino que lo hacía en lo moral, abusando de sus indefensas mujeres e hijas.
¡Don Silvestre era la estampa viva de la lujuria!
La Leyenda Del Jilguerillo
Cuenta la leyenda que hace cientos de años una tribu indígena se estableció en la zona Atlántica de nuestras tierras. Entre ellos había un guerrero muy cruel llamado Batsu. Un buen día Batsu decidió buscar esposa y escogió a Jilgue, una hermosa joven que acostumbraba pasear por el bosque cantando como un pajarillo. Cuando Jilgue se enteró de las intenciones de Batsu huyó a esconderse en el bosque.

Batsu estalló en cólera cuando supo que la joven había desaparecido y mandó a sus guerreros a buscarla. Al poco andar escucharon el canto de Jilgue. Pero cada vez que se acercaban al sitio de dónde venía el canto, Jilgue había desapareció. Entonces Batsu mandó a quemar el bosque. Cuando las llamas comenzaban a levantarse le gritó a Jilgue que si salía podía salvarse. Ella le respondió que prefería la muerte. El fuego se hacía cada vez más fuerte. De pronto vieron como Jilgue cayó al cuelo u agonizó. Pero un pajarillo color ceniza, con el pico y las patas rojas, comenzó a cantar sobre sus cabezas. No era el canto de un pájaro, era la voz de Jilgue, que desde entonces se sigue escuchando en el canto de los jilgueros que hoy pueblan los bosques de nuestras tierras.
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